Comentario
Al abordar el estudió del Neolítico en la Península Ibérica es necesario enmarcarlo en la problemática general de la neolitización de Europa y más concretamente del Mediterráneo Occidental, puesto que es imprescindible conocer el marco geográfico en que se desarrolló esta cultura para entender correctamente sus posibles relaciones externas, las influencias que pudo recibir y las vías por la que pudieron efectuarse dichos contactos.
Tradicionalmente se ha distinguido una Europa continental, a la que llegaban las influencias culturales desde el Este por la vía de los Balcanes y del Danubio, y una Europa mediterránea cuyos principales contactos se establecían por vía costera.
La cuenca mediterránea tiene unas particularidades comunes especiales, por encima de las múltiples variaciones locales, tanto climáticas como topográficas, con cierta tendencia a la aridez y con suelos no demasiado ricos, a pesar de lo cual siempre ha sido un territorio habitado y una ruta transitada por la que han circulado influencias, ideas y personas entre sus extremos oriental y occidental.
Tradicionalmente se había defendido la idea de que los nuevos inventos neolíticos se difundieron rápidamente desde sus centros originarios orientales hacia los distintos territorios europeos mediante diferentes rutas y mecanismos de colonización, nunca demasiado bien explicados. La exageración y el abuso de los presupuestos difusionistas hizo que, a partir de los años 60-70, se empezaran a rechazar semejantes interpretaciones y se comenzase a valorar, quizás a sobrevalorar, el protagonismo que los grupos locales habían tenido en el proceso de cambio y se empezó a defender, en definitiva, la evolución autóctona como resultado de la adaptación de los grupos epipaleolíticos a su medio natural.
Hoy día, sin exagerar ninguno de los dos modelos interpretativos, parece claro que el fenómeno neolítico producido en el Próximo Oriente se efectuó mediante una evolución lenta y continuada, diferente a lo que ocurrió en Europa. Por la documentación existente, no puede mantenerse que en los territorios europeos occidentales existieran los precedentes salvajes de los primeros animales domesticados, ni de los cereales que se cultivaron por primera vez, descartado lo cual, los estudios se han dirigido a averiguar porqué y cómo se expandió el nuevo sistema económico y en qué medida fue asimilado por los grupos indígenas de cada región occidental.
Por otra parte, el estudio detallado de los grupos epipaleolíticos europeos ha demostrado que esas sociedades estaban perfectamente adaptadas a su medio, incluso muchas regiones del norte de Europa, antes despobladas, se habían ido ocupando durante los últimos deshielos al seguir el hombre a las especies animales que se iban asentando en dichos territorios. En general, estas poblaciones intentaron, como apuntan algunos autores, aumentar la productividad de su entorno como respuesta a sus crecientes necesidades, alcanzando un cierto nivel de complejidad socioeconómica.
En los últimos años, para explicar la forma en que pudo producirse la expansión neolítica, se ha aceptado de manera generalizada el modelo denominado oleada de avance, propuesto por los investigadores Ammerman y Cavalli-Sforza. Este modelo teórico, que ofrece distorsiones y variaciones locales, presupone que el nuevo sistema económico se fue extendiendo lenta pero ininterrumpidamente hacia Occidente a partir de los centros próximo-orientales, a razón de 1 km. por año, teniendo en cuenta el crecimiento progresivo de la población y los movimientos que puede realizar tanto a larga como a corta distancia.
Esta forma paulatina de contacto se refleja en la existencia de dos tipos de asentamientos diferentes en los momentos iniciales del Neolítico occidental: los correspondientes a los grupos locales allí asentados y los pertenecientes a los colonizadores llegados por el Mediterráneo. El proceso de interacción entre ellos es lo que algunos autores como Bernabeu han llamado modelo dual o modelo mixto, que explica cómo la adopción del Neolítico en Europa se produjo por la llegada de poblaciones conocedoras de la agricultura y la ganadería que entraron en contacto con las poblaciones indígenas, las cuales fueron modificando sus tradicionales formas de subsistencia.
La Península Ibérica participó de este proceso mediterráneo occidental, aunque no puede hablarse de homogeneidad cultural en todo el territorio. La primera neolitización se produjo lógicamente en la franja costera mediterránea, desde Cataluña hasta Andalucía y Portugal meridional, pero los yacimientos mejor conocidos se ubican en las sierras costeras interiores; en las restantes áreas peninsulares las transformaciones culturales fueron más tardías y con particularidades diferentes y se incorporaron a la economía neolítica con mayor lentitud, dependiendo de las posibilidades de contacto que tuvieran con las regiones litorales.
En toda la cuenca occidental y asimismo en la Península Ibérica, se detecta un factor importante para la identificación de la primera cultura neolítica: la presencia de cerámica que, independientemente de algunas variaciones regionales, ofrece la característica común de una decoración impresa que acabó constituyéndose en el auténtico fósil-guía de esta fase cultural. Dentro de la variedad de la decoración impresa, destaca la realizada con el borde de la concha de un molusco llamado cardium edule, que le ha valido la denominación de cerámica cardial y, por extensión, de Neolítico Cardial. La presencia de la cerámica en unión de las primeras especies domésticas de animales y plantas, pueden considerarse factores intrusivos que llegaron del exterior y acabaron siendo adoptados por la población indígena preexistente.
Las regiones mediterráneas de la Península son las que mejor pueden documentar la presencia de este Neolítico Antiguo o de cerámicas impresas, conservándose un buen registro arqueológico en Cataluña, País Valenciano y Andalucía oriental.